Entrada de un Oficial.

El sol brillaba suavemente sobre los torreones, pendones y banderolas del palacio de fina y blaquecina losa apoyada delicadamente en cemento refinado, el viento ondeaba las telas y craba silvidos entre las almenaras y arpilleras. Antiguo pero elegante se ergia el castillo junto al camino rocoso de redondeados cantos que abarcaba no mas que unos cinco metros algo que en Francia era impensable, las calzadas reales debian tener un minimo de diez metros. Todo estaba tranquilo y tan solo el trotar de los caballos, el movimiento de los correajes y el repicar de las armas contra estos rompian la dulce calma. Un portón de caoba se ergia frente al oficial que en verlo no mostró impresión alguna, una puerta como cualquier otra. El hedor de los canales se habia quedado atrás dejando paso a un aroma vegetal que tan agradable resultaba a las mujeres. Sin duda, allí debia habitar un rey, un conde o un fiscal. Decidió hacer llamar y esperó:

-Quien mora en este rocamen que tenga la educación de presentarse. La voz resonó fuera y dentro del castillo, pero pareció que las fuertes murallas estaban hechas a prueba de cualquier cosa, incluida sonidos.

La veintena de guardias que le seguian vigilaban con sus cabezas atricornadas y algunos bebian un poco mientras se quitaban el sudor de sus frentes a la espera de que desde dentro se recibiese a los nuevos extrangeros.

Al acabar la reunión puesto que ni siquiera me apetecía salir a pasear, me dirigí a mi habitación. Me había propuesto comenzar adelantar todo el trabajo que se me había atrasado. Ya había pasado algo más de una semana desde que había conocido la noticia. Tenía que sobreponerme, sabía que no podía dejar que mi vida personal afectará de esa forma a mi trabajo.

Al entrar me senté en la mesa cogiendo el primer documento y comenzando a leerlo. ´Por fin había conseguido concentrarme cuando llamaron a la puerta. "Adelante"dije sin tan siquiera alzar la vista del documento. Me había costado pero me había conseguido concentrar. Una de las criadas me informó que era enviada por los guardias de la puerta, al parecer había alguien en la puerta reclamando que le dejaran entrar pero no tenian notificacion de quien era o algo por estilo.

-Ahora voy..-dije mirandola con una media sonrisa, al tiempo que me ponia en pie dejando los documentos en la mesa. Tendrian que esperar, parecia que cada vez que me conseguia concentrar algo sucedia y lo tenía que dejar.
Suspiré saliendo por la habitación tras cerrar la puerta con llave y colgarmela al cuello, desde el robo me había vuelto más cuidadosa, aún no había encontrado explicación para ello. Simplemente mi cabeza no terminaba de comprender que Nunzio hubiera podido robar algo...

Salí al jardín sumergida con esos pensamientos, me dirigí a la puerta y pedí a la guardia que abrieran la puerta. Para mi disgusto parecían rehacioa, al parecer le acompañaba una guardia, y a pesar de mi aversión a las ordenes me ví obligada a ordenarselo con un gesto de disgusto por mi parte.

Abrieron la puerta y salí fuera, pidiendo con un gesto a la guardia que no me siguieran. Al fin y al cabo no tenía miedo, ni siquiera en mis paseos nocturnos dejaba que me acompañara la guardía, y hacerme algo en esa situación seria un suicidio.

Gerard estuvo esperando charlando con sus hombres, compartiendo bromas y comentando el viaje que aun agotador, no habia dejado de ser gratificante, muchos de ellos se habian acostado con algunas de las jovenes que residian en algunas villas de Francia e Italia y compartian sus experiencias. Tiempo después la puerta se abrió y el palacio dejo ver su esplendor, sus guardias patrullaban y miraban hacia los visitantes con expectacion. Toda la guardia se cuadró y Villefort avanzó un poco hasta poder encontrarse con la doncella, no podia ser una criada pues llevaba un vestido de los que habia visto en las mejores sastrerias pero por otro lado no podia ser la dueña puesto que iba desprotegida, de todas formas no quiso precipitarse y preguntó:

-¿Y vos quien sois?- Su voz fue suave pero contundente, con un solo golpe, su expresión seria no se vio perturbada por la presencia de la joven, que siendo bellisima no debia ver ningun signo de debilidad en él.

Alzé una ceja extrañada, había venido a Palacio pero no sabía quien era, y tampoco se había presentado. Le miré pensativa, era cierto que yo no me enteraba ni de la mitad de la gente que entraban y salían de Palacio, pero era extraño que nadie sabría quien era ni que debía de llegar alguien importante, al juzgar por la guardia que le acompañaba.

Escuché los susurros nerviosos que provenían del jardín, me giré unos segundos, lo que permitió ver a toda la guardia preparada para salir. Suspiré resignada, y les hice un gesto con la mano para que se relajaran, a la vez que les mirñe con una pequeña sonrisa tranquilizadora.

Tras apenas un par de segundos, me giré hacía él, aun extrañada.

-Carolina, Carolina Sanguinetti.-dije diciendo mi apellido, a pesar de que me disgustaba, puesto que era consciente de que no tenía sentido no hacerlo en esa situación. Le miré pensativa, con una pequeña sonrisa, noté un acento frances cuando hablo, pero no sabía quien podía ser.-¿Puedo preguntar quien sois?-pregunté realmente extrañada.

El oficial miró hacia las espaldas de la joven la guardia se agitaba, tenia que ser alguien importante si sucedia algo semejante. Bien sabia que en italia era mas comun encontrar condesas y baronesas que fueran amas y señoras de tierras y propiedades. Aun así no era su objetivo, debia saber quien mandaba en aquella fortaleza. Escuchó el nombre y con un gesto de interrogacia que alegaba desconocer cualquier habladuria del mismo. Respondió con calma a la ultima pregunta:

-Villefort, Gerard de Villefort, Oficial del Real ejercito francés.- Tras presentarse miró de nuevo tras la joven y pudo contemplar como los guardias se habian dispersado excepto unos pocos curiosos que seguian allí.- ¿Es posible hablar con señor sea de la condicion que sea, que es dueño y amo de esta tierra y propiedad?

Me percaté aún más extrañada su gesto interrogante, sospechó que mi apellido no le hace gracia. Observó satisfecha como la guardia se dispersa, me conocen lo sufuciente para saber que no tienen porque estar aquí. Escuhcó su nombre, francés, he supuesto bien.

Le miró sonriente al oir como pregunta por el señor.

-Siento no haberme presenado correctamente, soy Carolina Sanguinetti, princesa heredera al trono.-dije diciendo mis titulos sin nada de orgullo, no me parecía motivo para tal.- Claro que es posible, la tiene delante de vos...-dije ignorando el hecho de que habría preguntado por el señor, mirandole con una pequeña sonrisa llena de intriga.

-Intuyo que sois pues quien debe encargarse de los despachos que llegan a palacio...-Gerard abrió una cartera de cuero oscuro de bordados blanquecinos que colgaba de us correaje y sellada con un remache dorado con el simbolo de la corona francesa y con una cinta con la bandera de la misma deslizandose detras de éste. Al abrirla se podian observar multiples documentos y entre ellos un sobre de bordeado verde con un sello con un aguila. Era un despacho Austriaco a nombre de un viejo conocido de Gerard... un tal Visari.

-A peticion de un difunto amigo, me pidió que le entregase este despacho en cuanto llegase a Venecia señorita. Y también me pidio que le entregase sus disculpas por no haber podido proseguir con la batalla que quedó entre abierta, pues su salud y la voluntad de dios, no le fueron en gracia para proseguir con su cometido.

La carta estaba impoluta excepto por el nombre del remitente en su parte frontal, esta decía:

Reverenciada princesa y enemiga de austria, Carolina Sanguinetti:

Es menester que os comunique antes de mi fallecimiento que no dudo en que sea pronto y doloroso tanto como lo esta siendo la espera, que debo retirarme de Venecia dejando el deshonor de una batalla iniciada y sin embargo no terminada, mis tropas se retiran hacia austria conmigo en el lecho de la muerte, visten el negro del luto, por su propia decisión y portan lso pendones Austriacos ondeando en paz al viento. Sé que jamas podre terminar lo que comencé y por ello pido perdón a dios, en toda su excelencia y omnipotencia. Quizás para vos no fuese una causa justa, pero si lo era para mi y con eso me basta.

Quien os entregue esta carta no viene en mi nombre, tansolo cumple la ultima promesa de un difunto, ya que no creo que siga con vida hasta que os llegue este despacho. No obstante deseo proclamar que él y nadie mas será el heredero absoluto de mis pertenencias en forma monetaria. No espero que quien os entregue este documento prosiga con mi tarea, pero espero que le acepteis en vuestro lecho como buen extrangero que és. Os será de gran ayuda os lo aseguro, su ojo para las finanzas no tiene igual en toda francia y puedo asegurar que en austria tampoco. Siento tener que despedirme sin antes decir millones de cosas que aun deberia pronunciar, pero que por desgracia ya no soy capaz de ello.

Hasta mas ver, Radec Visari.

Su firma restaba el bajo del documento blanquecino, un blanco muerto, inerte que se tendia rigido en forma de correspondencia.

Escuchó sus palabras con una sonrisa.

-Así es, soy yo.-dije mirándole, extrañada de que a entregar una carta viniese un Oficial Real en el lugar de un mensajero. Cogí la carta y la mire. Nada más ver el remitente mi sonrisa se borro de golpe y le miré algo desconfiada. Si venía de parte de Visari añadiría otro problema a la lista.

La abrí con gesto serio y comencé a leer con un evidente gesto de preocupación en mi rostro. Un gesto de sorpresa apareció al leer que Visari había muerto. Eso me aclaraba que habría desaparecido sin previo aviso, puesto que rendirse teniendo en cuenta la situación y el carácter de Visari no tenía lógica.
Terminé de leer la carta, con gesto ávido, frunciendo el ceño. Levanté la vista de la carta, mirando con gesto pensativo y preocupado al hombre que tenía delante. Visari decía en la carta que no acudía en su nombre, pero la palabra de Visari no tenía ningún valor para mí. Había escarmentado, aunque sería de esa desagradable manera, la vida me había ensañado que ni podía ni debía ser tan confiada. Le miré aún sin pronunciar palabra, mirándole preocupada, últimamente nada parecía salirme bien.

Gerard miró tranquilo a la doncella mientras esta expresaba con su rostro las noticias que traia la carta, parecia que no le satisfizo demasiado su contenido puesto que no puso buena cara ante el oficial. Trans un breve silencio, Gerard hizo un gesto con sus brazos a modo de interrogación y sugirió:

-En Italia no conozco la costumbre, pero en mi pais es tradición ofrecer cobijo y vianda a los visitantes.- El joven, después hizo ademan de saber las noticias que el despacho le habia transmitido e hizo un ademan en preguntar:

-¿Y bien?-Dijo con tono uniforme-¿Buenas noticias?- Por la expresión de la muchacha dedujo que no, pero no estaba siendo muy calurosa la bienvenida así que pretendia sacar algo de conversación.

Todo seguia tranquilo, la guardia estaba desmontada y permanecia firme tras el oficial y los corceles se mantenian pasivos comiendo algunas hojas que invadian el camino o relinchaban tranquilos.

Un pequeño gesto de sorpresa apareció en mi rostro al oír su sugerencia. Le miré pensativa, no me hacia especial ilusión que cobijarle en palacio, puesto que no me terminaba de fiar de él teniendo en cuenta que había venido de parte de Visari. Por otra parte tampoco me convenía ganarme más enemigos, Francia era bastante poderosa y bastante había tenido el pueblo con una guerra. Fruncí el ceño pensativa a la vez que me mordía ligeramente el labio, intentando buscar la solución más apropiada.

-No son especialmente malas, pero no me esperaba tener noticias de él.-le dije mirándole con una pequeña sonrisa, algo forzada.

Le miré aún debatiéndome en que hacer, finalmente decidí que le daría cobijo. Lo último que deseaba era un enemigo más, bastante tenía con Austria, y aún estaba por ver lo que pasaría con Nápoles y Milán, aunque eso solo dependía de la decisión que yo tomará.

Me hice aún lado del camino, haciéndole un gesto con la mano para que entrara.

-Pasen...-dije con una sonrisa, algo dubitativa aún. Me acerqué a la guardia, pidiéndoles que avisaran de la llegada de nuevos huéspedes a palacio, para que se encargaran de acomodarles.

Gerard desconocia todo contenido de la carta, así que no hizo mas preguntas para no incomodar a su anfitriona. Cuando la joven les dio paso, avanzaron todos mientras él quedaba frente a la princesa mirandola fijamente a los ojos. La tranquilidad del lugar era tan inmensa que le recordaba a su vida en Marsella excepto por el hedor de los canales y del yeso humedo de las callejuelas. El ruido de los cascos de los caballos sobre la calzada resonaba en todo el patio del palacio creando un efecto de eco repicante sobre el cielo.

-Me gustaria hablar con vos, a poder ser en su despacho si es que tiene por supuesto.- Gerard estaba muy cerca de la princesa ya que los caballos pasaban a pocos centimetros de su espalda, podia sentir su perfume, su respiración que inflaba su pecho dejando relucir unos brillantes senos prominentes sobre el corsé. Era hermosa, ademas de rica, pero algo extraña. Eso le encantaba. Cuando los corceles acabaron de pasar se retiró dejando paso al a dama con una leve reverencia. Tansolo estaba acostumbrado a inclinarse ante su Rey, pero la humildad y la amabilidad debia ser su arma.

Correspondí a su mirada sin desviar la vista, no me incomodaba. Tampoco me había dado razones para ello, exceptuando la carta de Visari. No era que me habría vuelto desconfiada, pero sí lo era con el tema de Visari. Por mi confianza había tenido que pagar todo el pueblo, y no volvería a permitir que eso volvería a suceder, aunque ese hecho me obligará a ser alguien que realmente no era, lo que me disgustaba enormemente. Pero por otra parte tampoco quería ser desconfiada, es más tampoco sabía serlo. Por suerte o desgracia había nacido con una extrema confianza, y ni era posible cambiarlo ni quería hacerlo. Finalmente decidí que simplemente sería algo precavida con respecto a él.

Estuve alrededor de un minuto perdida en estos pensamientos, cuando de repente me di cuenta de que todavía se encontraba frente a mí, mientras a sus espaldas pasaban los guardias con los caballos. Dirigí una mirada rápida a Palacio, todos parecían ajetreados, su llegada sin previo aviso había trastocado los quehaceres diarios de todos.

-Despacho propio no tengo.-le expliqué con una sonrisa, sabiendo que eso le resultaría por lo menos extraño, pero si tenía la oportunidad de conocerme se daría cuenta de que todo en mí era extraño, comparándolo con el comportamiento habitual de la nobleza.-Pero por supuesto podemos ir a uno de los despachos.-le dije sonriendo.- Acompáñeme por favor.-dije comenzando a andar hacia el interior de Palacio.

Le guié por los pasillos de palacio, a pesar de que yo acostumbraba a utilizar los de servicio ya que eran más directos y me resultaban menos agobiantes, conocía todos los rincones de palacio a la perfección. Antes de partir a Suiza había tenido alrededor de 3 años para recorrer cada rincón una y otra vez.

Al pasar por uno de los pasillos observé como una de las sirvientes más jóvenes, que apenas tendría 10 años se caía al suelo. Suspiré apenada, tan joven debería estar disfrutando de su infancia, jugando con otros niños, y no trabajando, pero sabía que aquí estaba mejor. Tenía comida y un techo donde vivir, y tampoco hacía ningún trabajo duro, ninguno de los sirvientes jovenes lo hacían por orden expresa mía.

Inmediatamente me arrodillé a su lado y la puse en pie secando sus lagrimas con gesto cariñoso y comprobando que no se habría hecho daño, sin pensar en lo que podría pensar el hombre que acompañaba de mí, no me importaba lo más mínimo.

Comprobé aliviada que no tenía más que un rasguño, observando como por el pasillo contiguo pasaba una de mis doncellas. La pedí que la curara y que la dejara descansar el resto del día, lo habría hecho yo personalmente pero me tenía que ocupar del hombre y confiaba especialmente en esa doncella, pues era de las que más tiempo llevaban a mi lado.

Me despedí de la niña con un par de palabras cariñosas, acompañadas de una caricia y me puse en pie con una pequeña sonrisa.

-Siento la interrupción.-dije llegando al despacho de Evan. Toque la puerta y observe satisfecha que tal y como había imaginado a esas horas estaba libre. Abrí la puerta y me hicé a un lado para dejarle pasar.-Pase.-dije mirandole con una pequeña sonrisa.

(Off: Postea en el despacho de Evan por favor)