Sala de los menesteres

Manzana y rosa...Los olores de infancia inundan mis pensamientos.Recorro a paso lento la habitación acariciando cada mueble que en él se halla. Recuerdos de aventuras vividas a través de un libro o paisaje sin salir al mundo exterior.

Mis manitas se aferran a su cuello. Inspiro su olor a manzana. Amo ese efluvio suyo que me refresca cuando ando sedienta de familiaridad y me protege cuando peco de miedo. Me separo un poquito y veo como mi reflejo deslumbra en sus ojos castaños tan parecidos a los mios.
-Papá, ¿cuándo podré viajar contigo? Ya sé leer y escribir como tú me dijistes que hiciera si quería ir contigo-digo con mi voz cantarina de apenas nueve años.
-Todavía no, mi amor. El mar es peligroso. Sino fuera porque gusto de ir a la tierra de tu madre en busca de los ingredientes para sus especialidades, no me movería de tu lado jamás.-Su voz denota cansancio, pero sigue siendo tan apaciguadora como siempre.
Oímos un ruido al que sigue la entrada siempre sorprendente de esa mujer morena de grandes ojos verdes que a veces luce como una peligrosa Medusa y otras es la dulce madre que te arropa en las noches. María. Su olor a rosas nos deja a mi padre y a mi embelesados mirándola hasta que...
-¿Qué hacésis aquí gandules?Os estaba esperando abajo para ayudarme con la panadería, pero ya veo que volvéis a estar soñando como siempre...-me acaricia el pelo y yo aspiro con deleite las rosas-vamos cariño, más tarde seguiréis con vuestras historias.
Me levanto del regazo de mi padre cogida de las manos de ambos y salimos de nuestra querida salita.
Despierto de golpe al darme cuenta de que hay alguien conmigo...Carol. Me seco las lágrimas y la miro sonriendo. Le indico que se siente en la mesita del té.
-Carol...¿qué gustas tomar-pregunto con voz más baja de lo normal.

La charla sigue su curso animadamente mientras caminamos tranquilamente por las vacías casas de la ciudad.
Anduvimos durante un rato, hasta llegar a una pequeña casa en una tranquila zona. Miré a mí alrededor, todo era sosiego y tranquilidad. Realmente no me habría importado vivir en un lugar así, en vez de en el ajetreo constante que suponía el Palacio.
Al llegar pasamos a una pequeña sala. En ese momento la conversación se desvaneció y Cat parecía perderse entre recuerdos. No me atreví a hablar, notando que lo fuera lo que fuese lo que le transmitía esa sala era importante para ella.
Me limité a pasear la mirada por la sala, esperando pacientemente a que volviera en sí.
De repente pareció sorprendida de verme a su lado, supe así que había vuelto a reparar en mi presencia. Observé cómo se secaba unas lágrimas y al hablar su voz era un tono más baja de lo habitual.
Me siento en la mesita del té tal y como me indica, alzo la mirada hacia ella sonriente encogiéndome de hombros.
-No tengo ninguna preferencia en especial Cat. Lo que vayas a tomar tú estará bien.-respondo alegre.

(Off: Se que no es gran cosa Cat, pero con mi burro no osy capaz de hacer otra cosa!:DD )

Sonrío a mi amiga con mi alegría de siempre y me dispongo a preparar un chocolate caliente. Le pido que espere pacientemente, mientras yo busco con ahínco en mi cocina el chocolate. Soy un desastre en lo que al orden se refiere, pero al fin logro vislumbrar el pequeño saquito que conservo desde mi llegada aquí. Lo caliento y remuevo con dulzura.Saco dos tazas de bonitos dibujos coloridos y vierto el contenido del cazo a partes iguales. Amo el olor que se desprende y la lentitud de su desplazamiento hasta llenar casi al completo la taza.
-Carol, he preparado dos tazas de chocolate caliente, espero que sea de tu agrado- digo a la par que intento dejar, sin derramar el contenido, los chocolates sobre la mesita del té.